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El estado de las autopistas ferroviarias

La última columna mía que se ha publicado en El Vigía (para ver el resto, haz clic aquí) trata un tema delicado. Y, es que, aunque la postura oficial del gobierno es siempre el apoyo incondicional a estos proyectos dentro de la Estrategia Logística de España, la realidad es (o, al menos, parece), bien diferente.

Espero que ésta, mi quinta columna, os haya resultado interesante. Para la sexta habrá que esperar porque, aunque la tengo a medio escribir, los compromisos en Hécate Ingeniería de cara al próximo mes me han impedido acabarla a tiempo. Los últimos dos meses del año parece que van a ser movidos… por suerte…

La distribución urbana de mercancías se encuentra frente a una encrucijada

A principios de septiembre se publicó en El Vigía mi cuarta columna de opinión. Ésta vez en la edición en papel. El tema en el que me centré tenía mucho que ver con uno de los temas que trabajamos en Hécate Ingeniería: la distribución urbana de mercancías. Si queréis saber cómo opino que se debe resolver el papel de la misma para que sea sostenible y deje de ser «el patito feo» de la movilidad, echadle un ojo a esta columna (pinchando en la imagen, se puede ver el pdf):


¿Hay algún tema relacionado con el transporte de mercancías y la logística que te interese? Puedes escribirme a samir@urbanismoytransporte.com para proponerme temas de los que escribir en esta columna ?

La cuarta revolución industrial

El pasado mes de julio se publicó en la versión online de El Vigía mi tercera columna de opinión. Ésta versó acerca de la cuarta revolución industrial. Aquí os la dejo:

La comunidad científica reconoce que, hasta el momento, no hay una forma eficaz de predecir dónde ni cuándo se va a producir un terremoto ni cuál será su intensidad. El motivo es simple: resulta imposible ver los movimientos de las placas bajo la superficie terrestre y eso imposibilita encontrar los puntos en los que se acumula mayor tensión. A veces, los terremotos dan pequeñas pistas: sismos iniciales, un comportamiento extraño de los animales o una subida anómala de los niveles freáticos. Pero no siempre es fácil ver estas señales ni son del todo fiables. A falta de predicción, sólo nos quedan la prevención, la alerta y los mecanismos de emergencia cuando el terremoto ya se ha producido.

Algo similar está sucediendo en el mercado laboral. Me explico: la magnitud de “la cuarta revolución industrial” (nombre que nos indica que no estamos ante un fenómeno ni mucho menos nuevo), nos hace incapaces de comprender verdaderamente lo que está pasando y resulta extremadamente complicado explicar las paradojas que se están produciendo. Sin embargo, se dejan entrever pistas que nos advierten de los efectos devastadores que la tecnología va a producir en el mercado laboral. ¿El motivo? Según Klaus Schwab, director del Foro de Davos, “en su escala, alcance y complejidad, la transformación a la que nos enfrentamos será distinta a cualquier cosa que el género humano haya experimentado antes».

La complejidad de estos cambios provoca, como no puede ser de otro modo, incertidumbre. Y la incertidumbre mal gestionada aumenta la vulnerabilidad de la sociedad, ensañándose primero con los eslabones más débiles de la cadena que tratan de aferrarse como pueden a sus derechos adquiridos frente al «darwinismo tecnológico». Es el ejemplo del conflicto que continua abierto desde hace meses entre los estibadores y el gobierno nacional. Y, es que, en un mundo cada vez más interdependiente, seguimos pretendiendo resolver los problemas con soluciones desconectadas, planteándolo únicamente choques entre dos bloques que posiblemente jamás alcancen un acuerdo que satisfaga a todos.

Hay otros frentes abiertos: los supermercados sin personal, que repercutirán sobre las estrategias de estocaje; la automatización de los vehículos, que eliminará de un plumazo los trabajos de conducción; la introducción de los drones en la cadena de suministro; los avances en la impresión 3D, que pueden hacer variar la estructura de costes de la construcción y, por tanto, relocalizarla; etc. Estos ejemplos, al igual que el de los estibadores españoles, ponen de manifiesto que es posible que pronto muchos de los trabajadores menos cualificados podrían quedarse sin empleo sin tener ninguna posibilidad de reciclarse para desempeñar otra función.

Esto es algo que, por el momento, parece no preocupar a los profesionales con alta cualificación a pesar de que, como sociedad, no nos conviene a ninguno. El primero de los motivos es que la “robotización de la economía” va a alcanzar también al empleo cualificado, llegando a afectar al 57% de la población de los países más avanzados, que son los que experimentarán los cambios con mayor rapidez. De hecho, el estudio de Daron Acemoglu y Pascual Restrepo titulado Robots and Jobs: Evidence from US Labor Markets indica que el crecimiento del empleo para trabajadores con elevada educación, la élite tecnocrática, se ha ralentizado. Particularmente, se dejan entrever en este aspecto grandes cambios en el sector del transporte: la automatización de los análisis de datos y de la toma de decisiones, el e-brokerage, la gestión digital de las actividades de gestión de la cadena de suministro, las estrategias de negociación inteligente y de gestión de almacenes basadas en Blockchain, etc.  Así, el proceso de transformación beneficiará a quienes sean capaces de innovar y adaptarse (gran parte de los trabajos del futuro ni siquiera existen hoy en día ni somos capaces de imaginarlos) pero, como un terremoto, se llevará por delante a todos los demás. El segundo motivo es poco obvio y, por tanto, suficientemente subjetivo como para seguir sin generar reflexiones sobre la amenaza que se cierne sobre todos: en un escenario en el que aumente la desigualdad en el reparto de ingresos alcanzando a una proporción tan importante de la población, pueden producirse toda clase de conflictos sociales y de dilemas de seguridad geopolítica. ¿Querremos vivir en esas sociedades tan desiguales aun en el supuesto de que nos tocara estar en el lado de los beneficiados?

Frente a los terremotos, hemos dicho, la única solución posible hoy en día es prevenir y estar alerta para activar los mecanismos de emergencia cuando el riesgo llega a concretarse. Esta solución de compromiso parece aplicable también para el terremoto laboral que se avecina. En concreto, propongo: evitar la confrontación entre los trabajadores más y menos cualificados, entendiendo que éste es un problema que nos atiene a todos; generar argumentarios a nivel global y estatal que eviten el cambio de valores laborales hacia la justificación tecnocrática por encima de la democrática; diseñar acciones urgentes para organizar la transición y contar con trabajadores con la formación necesaria (hasta ahora, Alemania es el primer país en establecerla en la agenda de gobierno como «estrategia de alta tecnología»); adaptar el sistema educativo (de forma estratégica, evitando los bandazos debidos a las modas, como la última que tiene que ver con todo lo “smart”), para permitir que el mercado laboral encuentre el perfil de profesionales cualificados que necesita: flexibles y con capacidad comunicativa, de trabajar en equipo, de aprendizaje continuo y de aportar un pensamiento crítico orientado a la negociación (si no, las empresas no encontrarán el talento que necesitan y no conseguirán cubrir todos los puestos con profesionales adecuados para el puesto, pese a los esperables enormes niveles de desempleo en otros puestos); adaptar el sistema de formación profesional para reciclar y especializar a los trabajadores no cualificados provenientes de los campos laborales en los que se va a destruir empleo (incluso en los trabajos cada vez menos demandados se requerirán habilidades inexistentes hasta la fecha y deberán poder aportar en esos campos antes de pasar a producir en campos más demandados. En este sentido, el mercado laboral del transporte tendrá que ver qué profesiones relacionadas con él van desapareciendo -¿quizá los estibadores?- y apostar, desde los centros educativos y desde las empresas, por una revolución del desarrollo del talento que permita la adaptación de sus trabajadores en lugar de su sustitución); y, por último, adoptar políticas estatales para minimizar el desempleo, la precariedad laboral y la desigualdad socioeconómica.


Fuente de la imagen principal: BBC Mundo

¿Debería Hyperloop empezar moviendo mercancías?

El segundo tema que he tratado en mi columna de opinión en El Vigía tiene que ver con un proyecto que sigo con extrema atención desde hace meses: Hyperloop. Y, es que, aunque parezca ciencia ficción es un proyecto que emplea tecnologías que ya conocemos y controlamos adecuadamente, pero de forma conjunta.

Simplemente, pinchad en la imagen para poder leer la columna:

También aprovecho para agradecer a Eva Mosquera que me pusiera en contacto con el equipo de UPV Hyperloop y a Daniel Orient (de este equipo) sus interesantes respuestas dejándome claro que, aunque Elon Musk hablara en el documento «Hyperloop Alpha» de cápsulas sobre un colchón de aire, los desarrolladores están apostando por la levitación magnética.

Learning by doing

Desde hace poco, colaboro como columnista en la versión en papel del semanario decano especializado en transporte, logística e infraestructuras en España (y, es que, se fundó en 1895). Es un placer que desde este medio hayan contado conmigo para esta columna de opinión, lo cual aprovecho para agradecer desde este post.

En esta columna hablaré principalmente de temas tangentes al transporte y la logística, siempre con la vista puesta en los temas más innovadores. Por ejemplo, para estrenarme hablé del «learning by doing» aplicado a la educación y las posibilidades que se abren ante un sector profesional al contar con juegos de simulación para resultar atractivo a los jóvenes y, con ello, atraer talento. Os dejo un enlace al texto completo:

De haber tenido más de 1.000 palabras, me hubiera encantado hablar de otros pilares fundamentales en la configuración de mi gusto por el mundo del transporte, el cual no se forjó de un día para otro, sino que necesitó un cierto proceso. Me refiero expresamente a cuando mi abuela me llevaba cerca de casa a ver pasar los trenes de Metro de Madrid en un tramo en el que por entonces (y hasta hace unos 14 años) circulaban a cielo abierto. También tuvo que ver con que mis padres me llevaran habitualmente a los sitios en transporte público (no tuvimos coche hasta que yo tenía 5 años).

Y, cómo no, me habría encantado hablar de la última versión de SimCity, BuildIt, que fue la que me inspiró para escribir la columna. Y, es que, tantos años después, hace pocos meses que volví a jugar a uno de estos juegos. La diferencia entre cuando jugaba antes y ahora es la experiencia que tengo y el potencial que le veo. Por eso, trataba de forzar situaciones reales y me sorprendía que la calidad del juego permitía que éstas tuvieran un reflejo en la partida. Os dejo un enlace al hilo de Twitter que fui publicando mientras jugaba:

Sin embargo, a esta última versión se juega de forma diferente a las anteriores y esto tiene que ver fundamentalmente con su componente de juego online y eso, a mí que jugaba poco, me da igual porque le echaba unos 10 minutos al día antes de dormir. Pero si el objetivo era jugar «a saco», hay que reconocerle algunos fallos: 1) es lento… ganar dinero para construir o prestar servicios lleva mucho tiempo porque todo tiene unos precios elevados; los hitos para subir de nivel son muy complicados y relativamente lineales, lo que no permite dejar algunos sin hacer… o sí, pero tardando infinitamente más…; 2) se le da una importancia excesiva a los «desastres», por lo que aquellos jugadores que no quieren destruir su ciudad lo tienen crudo a partir de determinados niveles; 3) también se les da excesiva importancia a los envíos por barco y avión, cosa inexplicable porque sólo se puede producir pero no participar de la cadena logística; 4) los rediseños de sección resultan carísimos, por lo que tener una red de tranvía coherente es dificilísimo. En definitiva, a partir de determinado punto, deja de incentivar al jugador para continuar la partida.

Y, lo mejor, es que yo mismo me estoy aplicando el «learning by doing» porque estoy aprendiendo a escribir columnas de opinión poniéndome a escribirlas (y con la ayuda de Rosa Lorca, que me pasó material para ver temas de estilo y se lee con paciencia lo que escribo. Te lo agradezco un montón).

Espero que os haya gustado mi primera columna. Si quereis opinar acerca de ella o proponerme temas de los que escribir en las siguientes columnas, estoy abierto a recibir ideas.