Durante los años 90, el sector metalúrgico y la industria naval de Bilbao estaban de capa caída debido al agotamiento de su modelo industrial. Aunque la solución más sencilla parecía ser el intento por reflotar la industria, finalmente se apostó por algo radicalmente diferente: cambiar el modelo de ciudad desde el más industrial a uno de pujanza mediante el sector servicios.
Para ello, se invirtió muchísimo dinero en museos, como el icónico Museo Guggenheim, obra del arquitecto canadiense Frank Gehry* (al cual se le da una importancia capital en la consecución del objetivo de la revitalización de la ciudad. Hasta el punto de que el “Efecto Bilbao” se conoce también como “Efecto Guggenheim”); en infraestructuras, como Metro Bilbao (de Norman Foster. De ahí el nombre de “fosteritos” que reciben las singulares bocas de la red), el Puente de Zubizuri (de Santiago Calatrava. Quizá la obra más polémica de todas las que cito) o el Aeropuerto de Loiu; en nuevos edificios, como la Biblioteca de Deusto (de Rafael Moneo), la Torre Iberdrola (de César Pelli) o, mi favorito, el edificio de la sede del Departamento de Sanidad del Gobierno Vasco (construido ya en 2008, obra de Juan Coll-Barreu y Daniel Gutiérrez Zarza).

Bilbao es ahora el ejemplo clásico de cómo una ciudad industrial en un momento de crisis y decadencia se regenera gracias a la arquitectura “de autor”. Así, el antiguo paisaje industrial sufrió una transformación completa que puso a Bilbao en el mapa como destino turístico y como ciudad de negocios y de servicios. A tanto llegó este cambio, que a los procesos de transformación sufridos por una ciudad a causa de la instalación de un edificio singular, capaz de actuar como reclamo, se los conoce como procesos de “Efecto Bilbao”, gozando además de un amplio interés internacional. Por citar algunos ejemplos del eco del proceso en la prensa internacional: Bilbao, 10 Years Later en The New York Times en Septiembre de 2007 (ya en 1997 su Magazine había publicado The Miracle in Bilbao) o The Bilbao Effect en Forbes en 2002.
¿Se puede repetir en otros lugares?
El indudable éxito bilbaíno ha sido, sin embargo, la causa de sucesivos fracasos en otros lugares. Ante el impresionante resultado que vemos en Bilbao, son decenas las ciudades post-industriales de todo el planeta que han intentado imitar este patrón para regenerar sus metrópolis (Glasgow, Varsovia, Goteburgo) y conseguir su particular “Efecto Bilbao”, pero no siempre ha funcionado. Desde luego, existen otras operaciones urbanísticas llevadas a cabo por arquitectos de renombre que han supuesto en ciertos casos el reposicionamiento de algunas ciudades en el mercado global, pero no hay ejemplos tan marcados como el de Bilbao. Por ejemplo, la propia fundación Guggenheim intentó repetir este efecto en Las Vegas con otro museo singular. Sin embargo, el efecto de éste no ha alcanzado, ni mucho menos, el impacto previsto.
Para Manu Fernández, la explicación de que no se haya repetido el efecto radica en que se ha pretendido repetir la experiencia mediante la construcción de una obra singular pero en Bilbao,el éxito no radicó únicamente en la construcción de edificios tan singulares como el Museo Guggenheim, sino que “la realidad es más compleja y el cambio se ha alimentado también de las propias oportunidades de la crisis económica (con todo el esfuerzo de transformación urbanística a través de Bilbao Ria 2000), de factores sociales, la estrategia de marketing de ciudad, etc”. Parece una opinión muy razonable, ya que si asumimos una relación causa-efecto directa entre la construcción del edificio del Museo Guggenheim y la revitalización urbana de Bilbao, es difícil comprender por qué este éxito no se ha replicado en más ocasiones.
Según Juan Freire, “lo peor del Efecto Bilbao es que proporciona una excusa para que otros gestores lancen grandes planes de revitalización urbana basados única y exclusivamente en la construcción de una infraestructura cultural (casi siempre ausente de un proyecto más allá del arquitectónico). Según este modelo, el papel del político sería recabar fondos que garantizasen la construcción del símbolo, sin tener que preocuparse por las fortalezas y debilidades de su sociedad y de diseñar estrategias de cambio desde las personas”.

Así, en realidad, el Museo Guggenheim se postula únicamente como la parte visible de un cambio urbano muy profundo (que contó con el apoyo de los actores políticos y económicos involucrados y de buena parte de la población) y no como un motivo único para el mismo. Sin embargo, es innegable su efecto catalizador del proceso, tal como apuntó Juan Ignacio Vidarte, director del museo, “el efecto Guggenheim es una inversión en una infraestructura cultural que sirve de catalizador a todo un proceso de transformación de la ciudad. Otro de los efectos más intangibles ha sido la proyección de la imagen de la ciudad en el exterior e incluso la psicología de la ciudad, esa transformación que hace que los ciudadanos se sientan con una confianza recuperada y por lo tanto en mejores condiciones de abordar los proyectos de futuro”. Pero, ¿es positiva esta proyección internacional?
El posible fin del “Efecto Bilbao”
Para el sociólogo italiano Giandomenico Amendol, el objetivo principal de la renovación de Bilbao no era el de convertir la ciudad en un referente internacional, sino crear una ciudad mejor para sus habitantes y es algo que las Administraciones Públicas no deberían haber perdido de vista. Así, “los ejemplos de explosión urbana de la creatividad de Glasgow y Bilbao, están siendo reconsiderados de forma crítica. Las grietas que se han abierto en sus economías después de una feliz pero corta temporada de crecimiento, están mostrando cómo la creatividad no es suficiente si no desencadena un proceso secuencial, acumulativo y tendencialmente irreversible de innovación productiva, organizativa y política”.

Podemos considerar que el atractivo e influencia de los edificios característicos durará todavía unos pocos años más hasta que la moda cese (muchos turistas ni siquiera entran en ellos –yo sí que lo hice, como puede verse en la foto anterior a este párrafo-, sino que son un simple escenario para las fotos de su viaje). Sin embargo, el bienestar colectivo y el porvenir económico, y el reclamo de los atributos tradicionales de la ciudad deben consolidarse para prolongar el “Efecto Bilbao”, llegando así al objetivo último de mejorar la ciudad para sus habitantes. No hay que confundir espectacularidad arquitectónica con regeneración urbana y es necesario seguir profundizando en la transformación de la ciudad para seguir reinventándose a sí misma, pero sin olvidar su tradición; apoyándose en sus iconos, pero conscientes de que las ciudades mejoran por la calidad de su urbanismo y la funcionalidad de sus dotaciones y edificios públicos, verdaderos elementos de recuperación urbana.
Así, como propone Alberto Ortiz de Zárate, “tal vez si Calatrava, Gehry o algún otro de estos arquitectos pop hubieran construido algún hospital emblemático, alguna residencia de ancianos que figurara en los libros de arquitectura, o hubieran diseñado algún bosque de frondosas, las inversiones públicas se irían a proyectos más cercanos a las necesidades que yo percibo como prioritarias”.

¿Os parece una buena manera de potenciar la regeneración urbana? ¿Se os ocurren otras?
* Proclamado el 7 de mayo Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2014.