Sensación de estatismo en un mundo hipermóvil

A medida que escribía, me he dado cuenta de que envidio a Nacho Tomás, así que me he visto obligado a empezar por ahí. No le envidio en todo, aunque tenga pelazo y yo no y pueda montar en bici y yo con mi lesión lleve desde enero casi sin pedalear. Solo le envidio en lo de tener su columna de opinión en La Verdad porque es un especio en el que se piensa. Y no me refiero a que en las columnas se invite a pensar, aunque es así, sino a que se piensa a sí mismo. Un ejercicio que apostaría a que hace durante sus múltiples viajes.

Hasta hace no mucho, yo también me pasaba una buena parte de mi tiempo viajando (y pensando en los viajes). Ahora, por suerte, no. O por desgracia… No sé si por efecto del bajón de la depresión post-COVID o de la mudanza (otra más), estoy mirando bastante para atrás y tengo que decir que lo que más me llama la atención de mi “yo del presente” respecto a mi “yo del pasado reciente” es la sensación de estatismo en un mundo hipermóvil. Un mundo frenado por la pandemia, pero hipermóvil igualmente.

Y, encima, es que mi sensación no es fundada. Desde 2018, he vivido en 3 casas, he tenido 4 trabajos distintos, he cambiado de pareja, he pedaleado y caminado miles de kilómetros, he pisado 16 países, a algunos como Bulgaria y Francia he ido 2 veces, otros los he recorrido casi enteros, en 2 países he pasado un mes completo,… y a estos países les sumaré otros nuevos (o repetidos) este verano. Y es que hablar de vacaciones en la sociedad capitalista es hablar de viajes porque estamos deseando huir de nuestra cotidianidad.

No parece, con estos mimbres, que mi vida haya sido ni mucho menos estática en este tiempo. ¿Por qué, entonces, esa sensación? Quizá la clave me la diera Alicia el otro día, cuando me dijo que hemos llevado la productividad hasta tales cotas que nos parece que, si no aprovechamos cada minuto, vacaciones incluidas, estamos perdiendo un tiempo que es muy valioso. Que no viajamos por elección sino casi como una imposición social. Qué buenos diagnósticos hace siempre. Pero, con todo, es difícil salir de esa espiral porque somos hijos de nuestro tiempo. El trabajo nos deja poco tiempo y nos han generado la necesidad de aprovechar cada minuto libre. Nuestra generación está muy acostumbrada a un régimen estajanovista de visitar lugares para aprovechar las vacaciones precisamente porque nos han programado para ello. Nos creemos más libres que nadie, más experimentados que todos los que nos preceden, pero en realidad somos simples peones del trabajo y también del ocio.

En el norte global nos movemos mucho más que otras gentes de este mundo y muchísimo si nos comparamos con las generaciones anteriores. Seguramente lo seguiremos haciendo, a la vista de que esto que cuento no es una sensación individual, sino que somos muchos quienes tenemos una especie de “mono” que los pijos llaman wanderlust y que no es más que la querencia por volver a movernos tanto como nos movíamos antes. Al menos, mientras podamos. O mientras nos dejen…

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