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La cuarta revolución industrial

El pasado mes de julio se publicó en la versión online de El Vigía mi tercera columna de opinión. Ésta versó acerca de la cuarta revolución industrial. Aquí os la dejo:

La comunidad científica reconoce que, hasta el momento, no hay una forma eficaz de predecir dónde ni cuándo se va a producir un terremoto ni cuál será su intensidad. El motivo es simple: resulta imposible ver los movimientos de las placas bajo la superficie terrestre y eso imposibilita encontrar los puntos en los que se acumula mayor tensión. A veces, los terremotos dan pequeñas pistas: sismos iniciales, un comportamiento extraño de los animales o una subida anómala de los niveles freáticos. Pero no siempre es fácil ver estas señales ni son del todo fiables. A falta de predicción, sólo nos quedan la prevención, la alerta y los mecanismos de emergencia cuando el terremoto ya se ha producido.

Algo similar está sucediendo en el mercado laboral. Me explico: la magnitud de “la cuarta revolución industrial” (nombre que nos indica que no estamos ante un fenómeno ni mucho menos nuevo), nos hace incapaces de comprender verdaderamente lo que está pasando y resulta extremadamente complicado explicar las paradojas que se están produciendo. Sin embargo, se dejan entrever pistas que nos advierten de los efectos devastadores que la tecnología va a producir en el mercado laboral. ¿El motivo? Según Klaus Schwab, director del Foro de Davos, “en su escala, alcance y complejidad, la transformación a la que nos enfrentamos será distinta a cualquier cosa que el género humano haya experimentado antes».

La complejidad de estos cambios provoca, como no puede ser de otro modo, incertidumbre. Y la incertidumbre mal gestionada aumenta la vulnerabilidad de la sociedad, ensañándose primero con los eslabones más débiles de la cadena que tratan de aferrarse como pueden a sus derechos adquiridos frente al «darwinismo tecnológico». Es el ejemplo del conflicto que continua abierto desde hace meses entre los estibadores y el gobierno nacional. Y, es que, en un mundo cada vez más interdependiente, seguimos pretendiendo resolver los problemas con soluciones desconectadas, planteándolo únicamente choques entre dos bloques que posiblemente jamás alcancen un acuerdo que satisfaga a todos.

Hay otros frentes abiertos: los supermercados sin personal, que repercutirán sobre las estrategias de estocaje; la automatización de los vehículos, que eliminará de un plumazo los trabajos de conducción; la introducción de los drones en la cadena de suministro; los avances en la impresión 3D, que pueden hacer variar la estructura de costes de la construcción y, por tanto, relocalizarla; etc. Estos ejemplos, al igual que el de los estibadores españoles, ponen de manifiesto que es posible que pronto muchos de los trabajadores menos cualificados podrían quedarse sin empleo sin tener ninguna posibilidad de reciclarse para desempeñar otra función.

Esto es algo que, por el momento, parece no preocupar a los profesionales con alta cualificación a pesar de que, como sociedad, no nos conviene a ninguno. El primero de los motivos es que la “robotización de la economía” va a alcanzar también al empleo cualificado, llegando a afectar al 57% de la población de los países más avanzados, que son los que experimentarán los cambios con mayor rapidez. De hecho, el estudio de Daron Acemoglu y Pascual Restrepo titulado Robots and Jobs: Evidence from US Labor Markets indica que el crecimiento del empleo para trabajadores con elevada educación, la élite tecnocrática, se ha ralentizado. Particularmente, se dejan entrever en este aspecto grandes cambios en el sector del transporte: la automatización de los análisis de datos y de la toma de decisiones, el e-brokerage, la gestión digital de las actividades de gestión de la cadena de suministro, las estrategias de negociación inteligente y de gestión de almacenes basadas en Blockchain, etc.  Así, el proceso de transformación beneficiará a quienes sean capaces de innovar y adaptarse (gran parte de los trabajos del futuro ni siquiera existen hoy en día ni somos capaces de imaginarlos) pero, como un terremoto, se llevará por delante a todos los demás. El segundo motivo es poco obvio y, por tanto, suficientemente subjetivo como para seguir sin generar reflexiones sobre la amenaza que se cierne sobre todos: en un escenario en el que aumente la desigualdad en el reparto de ingresos alcanzando a una proporción tan importante de la población, pueden producirse toda clase de conflictos sociales y de dilemas de seguridad geopolítica. ¿Querremos vivir en esas sociedades tan desiguales aun en el supuesto de que nos tocara estar en el lado de los beneficiados?

Frente a los terremotos, hemos dicho, la única solución posible hoy en día es prevenir y estar alerta para activar los mecanismos de emergencia cuando el riesgo llega a concretarse. Esta solución de compromiso parece aplicable también para el terremoto laboral que se avecina. En concreto, propongo: evitar la confrontación entre los trabajadores más y menos cualificados, entendiendo que éste es un problema que nos atiene a todos; generar argumentarios a nivel global y estatal que eviten el cambio de valores laborales hacia la justificación tecnocrática por encima de la democrática; diseñar acciones urgentes para organizar la transición y contar con trabajadores con la formación necesaria (hasta ahora, Alemania es el primer país en establecerla en la agenda de gobierno como «estrategia de alta tecnología»); adaptar el sistema educativo (de forma estratégica, evitando los bandazos debidos a las modas, como la última que tiene que ver con todo lo “smart”), para permitir que el mercado laboral encuentre el perfil de profesionales cualificados que necesita: flexibles y con capacidad comunicativa, de trabajar en equipo, de aprendizaje continuo y de aportar un pensamiento crítico orientado a la negociación (si no, las empresas no encontrarán el talento que necesitan y no conseguirán cubrir todos los puestos con profesionales adecuados para el puesto, pese a los esperables enormes niveles de desempleo en otros puestos); adaptar el sistema de formación profesional para reciclar y especializar a los trabajadores no cualificados provenientes de los campos laborales en los que se va a destruir empleo (incluso en los trabajos cada vez menos demandados se requerirán habilidades inexistentes hasta la fecha y deberán poder aportar en esos campos antes de pasar a producir en campos más demandados. En este sentido, el mercado laboral del transporte tendrá que ver qué profesiones relacionadas con él van desapareciendo -¿quizá los estibadores?- y apostar, desde los centros educativos y desde las empresas, por una revolución del desarrollo del talento que permita la adaptación de sus trabajadores en lugar de su sustitución); y, por último, adoptar políticas estatales para minimizar el desempleo, la precariedad laboral y la desigualdad socioeconómica.


Fuente de la imagen principal: BBC Mundo

Soy Ingeniero de Caminos y no construyo

La semana pasada me recomendaron un artículo de mis amigos de Paisaje Transversal para el blog de la Fundación Arquia titulado “Soy arquitecto y no construyo”. Sin ánimo de copiarlo sino más bien de tomarlo como referente, se me ha ocurrido contar mi experiencia porque yo, al fin y al cabo, soy Ingeniero de Caminos y tampoco construyo. Pero es que, además, considero que el futuro de la Ingeniería de Caminos no pasa por la construcción.

¿Qué he hecho entonces los más de 8 años que llevo trabajando en temas vinculados con la Ingeniería de Caminos si no he trabajado en construcción? (contando becas, que no soy tan viejo xD)

Nada mejor que hacer un repaso a los lugares en los que he trabajado:

Un laboratorio de puertos

Ahí hice un poco de todo, hasta cargar piedras para hacer una playa de disipación en un tanque de oleaje multidireccional. A nivel técnico, participé en un ensayo sobre modelo reducido (que también fabricamos, programando el fresado numérico) para decidir un diseño de obra en la Base Naval de Rota.

Dos empresas consultoras por cuenta ajena

Cuando estaba para acabar la carrera, trabajé en una consultora que poco a poco se está haciendo enorme. Cuando estuve por allí, allá por 2011, no era muy grande. O, al menos, no lo parecía, puesto que bastantes trabajadores de la empresa trabajaban “en cliente”. Allí me tuvieron haciendo temas de software y algunas presentaciones comerciales que me sirvieron para coger la soltura que tengo ahora con PowerPoint, algo que me viene genial. También me sirvió para tener un horario “de oficinista” por primera vez en mi vida y adaptarme a él.

Una vez terminada la carrera y empezado el máster, empecé a trabajar en una consultora de infraestructuras. Allí me dedicaba a hacer ofertas y trabajos de seguridad vial dentro de un contrato integral que también tenía labores de redacción de estudios de tráfico (supresiones de determinados giros, remodelaciones de intersecciones y glorietas, cambios de sección, ordenaciones de accesos, etc).

De esta etapa debo decir que odiaba profundamente hacer ofertas, pero me vino de lujo porque ahora que trabajo por cuenta propia, tengo bastante manejo con los pliegos y voy a tiro hecho con lo que hace falta preparar en cada caso. Aún las odio, que conste. La diferencia es que ahora, al menos, elijo con mis socios cuáles preparamos y decidimos sobre los plazos y la estrategia para prepararlas. Pero, vamos, mi trauma con las ofertas era tal que en aquel momento hablé con mis jefes para decirles que me quería ir porque no quería redactar ninguna más. Aunque parezca un tabú y casi nadie se atreva a decir este tipo de cosas en público, hay partes del trabajo de Ingeniero de Caminos que son un auténtico asco y, para mí, ¡lo de las ofertas estaba en el top 3 como poco!

A partir de ese punto, hice bastante menos ofertas y mis jefes optaron por abrir un “departamento de servicios” para temas relacionados con el transporte. Empecé yo sólo y cuando, unos meses después, me fui de allí éramos tres. En ese periodo seguí haciendo estudios de tráfico y también comencé a hacer estudios de movilidad (por ejemplo, hice mi primer y, por ahora, último plan de movilidad escolar o una encuesta para rediseñar desde el punto de vista de la movilidad peatonal el paso de la Avenida de la Albufera entre las márgenes de la M-40). También hice un trabajo chulísimo que consistía en un análisis estadístico para calibrar los equipos con los que se hacían los ensayos de auscultación necesarios para determinar los valores de indicadores de estado del contrato de concesión de obras públicas para la conservación y explotación de Autovías de Primera Generación, ayudé a redactar un par de dictámenes, coordiné la participación de la empresa en el Comité Técnico de Normalización AEN/CTN 178 de Ciudades Inteligentes y trabajé en el diseño y testeo de un sistema informático de gestión documental que aplicamos a la gestión de expedientes de varios sectores de conservación de carreteras y a la integración de los Servicios de Transporte Regular de Uso Especial para el Ayuntamiento de Madrid.

Por motivos que no viene al caso comentar (otro tabú para los Ingenieros de Caminos parece ser el de hablar de que a veces decides cambiarte de trabajo por motivos diferentes), me marché.

Un centro de investigación de transporte

Mi siguiente lugar de trabajo es el que, hasta la fecha, más me ha gustado trabajando por cuenta ajena. Pero de lejos, además. Entre otras cosas, valoro de él haber coincidido con muy buenos compañeros, el ambiente de trabajo, que mi jefe me dejara tomar decisiones y trabajar de forma autónoma confiando en mí, que el horario me permitía avanzar con la tesis y el haber tenido la oportunidad de aprender mucho de mis compañeros y de todas las actividades formativas a las que podía acceder estando allí.

Mi trabajo principal fue un análisis estadístico del riesgo asociado a los costes de operación y mantenimiento de autopistas en concesión. A diferencia del anterior trabajo de estadística que realicé, aquí conté con más tiempo para pensar y medios para aprender todo lo que no sabía y necesitaba para hacer ese trabajo. Parece una tontería, pero que el trabajo especializado cuente con estos dos insumos mejora mucho el resultado.

También trabajé en la redacción del libro «Balance económico: fiscal, social y medioambiental del sector transporte de mercancías en España. Actualización al año 2012”, diseñé una metodología para definir el modelo de gestión y llevar a cabo el modelo financiero de la autopista Este-Oeste en Argelia y redacté un par de propuestas.

Una empresa por cuenta propia

Al salir de trabajar en la universidad y, mientras acababa la tesis, di un paso que me ha llevado a recuperar mis medios de producción si hablamos en términos marxistas o a ser emprendedor si lo hacemos en términos neoliberales: montar Hécate Ingeniería junto a otros compañeros. En esta empresa, hacemos planificación de transportes, desarrollamos planes y proyectos de movilidad que integran también el replanteamiento del espacio público y buscamos formas de innovar en los campos del transporte y del urbanismo (de hecho, la empresa lleva la innovación en el ADN, pues surgió de una subvención a fondo perdido derivada del H2020, el mayor programa de investigación e innovación en la Unión Europea. Más concretamente, de la aceleradora de empresas frontierCities).

Y, desde hace unos meses, estoy pensando en diversificar el negocio porque además hago mi propio queso xD

También he sido y soy profesor

Otra tarea en la que no he construido infraestructuras pero espero haber colaborado en la construcción del futuro de todos mis alumnos, ha sido como profesor. Empecé, como muchos, dando clases particulares, de ahí di el salto a una academia en la que sobre todo preparaba a los chavales para hacer la (temida) Selectividad y, de un tiempo a esta parte, doy clase en una universidad, donde enseño modelos matemáticos y planificación y gestión de transporte.

Reflexiones finales

Como se puede observar, algo de relación con la construcción sí que ha tenido todo lo que he hecho, pero no ha sido ni mucho menos mi labor principal. De hecho, he hecho muchísima más planificación y gestión de las infraestructuras.

Sin embargo, durante la carrera me enseñaron poca planificación y nunca me enseñaron nada de gestión y mantenimiento. Incluso hacer un PFC de planificación me costó horrores y me supuso hacer 2 proyectos en 1 (dos entregas de planificación y una tercera de construcción).

Eso sí, me pasé toda la carrera escuchando lo buenos gestores que somos los Ingenieros de Caminos. Debo decir que es mentira, no somos buenos gestores. Sólo el profesor Pascual Pery nos habló de la proletarización de nuestra profesión y de que lo que lleva a la mayoría de Ingenieros de Caminos a rechazar un trabajo que no tenga que ver con la construcción es el ego de poder enseñar su trabajo (el trabajo no construido no se puede enseñar y suele ser difícil de explicar al público que no está especializado).

A cambio, en lo que sí que considero que somos realmente buenos los Ingenieros de Caminos es en ser autodidactas. Por eso, los que nos empeñamos en no construir, terminamos aprendiendo a realizar las labores que pretendemos realizar. Pero eso no quiere decir que no hubiera una carencia formativa importante que, además, en mi universidad no se está resolviendo demasiado. Salíamos (e imagino por lo que veo en los estudios de mi hermano, que sigue igual) con poca base económica, sin saber lo que es redactar una oferta, sin saber calcular una baja para puntuar al máximo en un proceso de licitación, con unas “soft skills” pésimas, sin formación para el emprendimiento,… Y tampoco quiere decir que no nos dejara en desventaja frente a otros colectivos profesionales a los que sí les han enseñado estas cuestiones.

Así pues, espero que se esté resolviendo en la universidad en la que me formé y trato de aportar mi granito de arena para formar a mis alumnos en otros ámbitos, porque en un país donde el futuro de la Ingeniería de Caminos no pasa por la construcción sino por la planificación, la gestión, el mantenimiento, la rehabilitación y la innovación, ya podemos ponernos las pilas o nos van a pasar por encima…

¿Debería Hyperloop empezar moviendo mercancías?

El segundo tema que he tratado en mi columna de opinión en El Vigía tiene que ver con un proyecto que sigo con extrema atención desde hace meses: Hyperloop. Y, es que, aunque parezca ciencia ficción es un proyecto que emplea tecnologías que ya conocemos y controlamos adecuadamente, pero de forma conjunta.

Simplemente, pinchad en la imagen para poder leer la columna:

También aprovecho para agradecer a Eva Mosquera que me pusiera en contacto con el equipo de UPV Hyperloop y a Daniel Orient (de este equipo) sus interesantes respuestas dejándome claro que, aunque Elon Musk hablara en el documento «Hyperloop Alpha» de cápsulas sobre un colchón de aire, los desarrolladores están apostando por la levitación magnética.

Learning by doing

Desde hace poco, colaboro como columnista en la versión en papel del semanario decano especializado en transporte, logística e infraestructuras en España (y, es que, se fundó en 1895). Es un placer que desde este medio hayan contado conmigo para esta columna de opinión, lo cual aprovecho para agradecer desde este post.

En esta columna hablaré principalmente de temas tangentes al transporte y la logística, siempre con la vista puesta en los temas más innovadores. Por ejemplo, para estrenarme hablé del «learning by doing» aplicado a la educación y las posibilidades que se abren ante un sector profesional al contar con juegos de simulación para resultar atractivo a los jóvenes y, con ello, atraer talento. Os dejo un enlace al texto completo:

De haber tenido más de 1.000 palabras, me hubiera encantado hablar de otros pilares fundamentales en la configuración de mi gusto por el mundo del transporte, el cual no se forjó de un día para otro, sino que necesitó un cierto proceso. Me refiero expresamente a cuando mi abuela me llevaba cerca de casa a ver pasar los trenes de Metro de Madrid en un tramo en el que por entonces (y hasta hace unos 14 años) circulaban a cielo abierto. También tuvo que ver con que mis padres me llevaran habitualmente a los sitios en transporte público (no tuvimos coche hasta que yo tenía 5 años).

Y, cómo no, me habría encantado hablar de la última versión de SimCity, BuildIt, que fue la que me inspiró para escribir la columna. Y, es que, tantos años después, hace pocos meses que volví a jugar a uno de estos juegos. La diferencia entre cuando jugaba antes y ahora es la experiencia que tengo y el potencial que le veo. Por eso, trataba de forzar situaciones reales y me sorprendía que la calidad del juego permitía que éstas tuvieran un reflejo en la partida. Os dejo un enlace al hilo de Twitter que fui publicando mientras jugaba:

Sin embargo, a esta última versión se juega de forma diferente a las anteriores y esto tiene que ver fundamentalmente con su componente de juego online y eso, a mí que jugaba poco, me da igual porque le echaba unos 10 minutos al día antes de dormir. Pero si el objetivo era jugar «a saco», hay que reconocerle algunos fallos: 1) es lento… ganar dinero para construir o prestar servicios lleva mucho tiempo porque todo tiene unos precios elevados; los hitos para subir de nivel son muy complicados y relativamente lineales, lo que no permite dejar algunos sin hacer… o sí, pero tardando infinitamente más…; 2) se le da una importancia excesiva a los «desastres», por lo que aquellos jugadores que no quieren destruir su ciudad lo tienen crudo a partir de determinados niveles; 3) también se les da excesiva importancia a los envíos por barco y avión, cosa inexplicable porque sólo se puede producir pero no participar de la cadena logística; 4) los rediseños de sección resultan carísimos, por lo que tener una red de tranvía coherente es dificilísimo. En definitiva, a partir de determinado punto, deja de incentivar al jugador para continuar la partida.

Y, lo mejor, es que yo mismo me estoy aplicando el «learning by doing» porque estoy aprendiendo a escribir columnas de opinión poniéndome a escribirlas (y con la ayuda de Rosa Lorca, que me pasó material para ver temas de estilo y se lee con paciencia lo que escribo. Te lo agradezco un montón).

Espero que os haya gustado mi primera columna. Si quereis opinar acerca de ella o proponerme temas de los que escribir en las siguientes columnas, estoy abierto a recibir ideas.

¿Teletrabajo? No, gracias

Dicen que lo prometido es deuda y que mejor tarde que nunca. Por eso, estoy escribiendo, aunque tarde, un post que quería haber escrito hace tiempo. Pero bueno, a cambio puedo dar mi perspectiva posterior al cambio, así que no hay mal que por bien no venga.

Seguro que a los que me seguís hace tiempo por aquí, a los que os he dado clase y a los que me habéis escuchado en alguna charla o debate ya os suena esta imagen:

Teletrabajo

Este gráfico viene a decir que las “policies” más eficaces para hacer más sostenible la movilidad pasan por actuar sobre la necesidad de viajar y las distancias a recorrer para realizar las actividades finalistas (recordemos que el transporte es una actividad intermedia que, salvo en algunas excepciones, como el Transiberiano que me muero de ganas por hacer, es una actividad que realizamos con el objetivo de realizar otras actividades, ésas sí finalistas). En función de esas distancias y de otra serie de variables decisoras se producirá un determinado reparto modal. Actuando sobre “el tablero” (el urbanismo) o sobre “las reglas del juego” (las variables decisoras), podemos reequilibrar el reparto modal para premiar a los modos más sostenibles o, en ocasiones, para desincentivar el uso de los modos con mayores costes externos. Por último, para aquellos viajes que no se hayan podido evitar o de los cuales no se haya podido reducir su distancia y deban realizarse en vehículos motorizados, la mejora de la sostenibilidad del sistema de transporte pasa por la mejora de la eficiencia de los vehículos.

Nada nuevo bajo el sol… Sólo más ordenado. Pero me interesa este esquema para centrarme en una de las medidas que actúan sobre la necesidad de viajar y que, por tanto, se entienden como parte de la raíz del dilema de la movilidad para ser o no sostenible: el teletrabajo.

Tampoco quiero hacer una valoración demasiado sesuda sino más bien discutir algunos mitos y mostrar cómo me sentía cuando sólo teletrabajaba y cómo ha cambiado ahora que en Hécate Ingeniería tenemos oficina.

Entre las ventajas del teletrabajo suelen incluirse: 1) la posibilidad de combinar el trabajo profesional con las tareas domésticas y la vida familiar; 2) una mayor autonomía y flexibilidad, así como un aumento de la productividad del trabajador; 3) un menor estrés; 4) la realización de menos desplazamientos; 5) la elección personal del entorno de trabajo; 6) una mayor disponibilidad de tiempo libre; etc.

Sin embargo, discutiría la mayoría, pues teletrabajar (al menos, si lo haces todos los días de la semana, como ha sido mi caso durante más de un año y medio) reduce la distancia entre el trabajo y la vida familiar o el ocio hasta un punto que antes de teletrabajar ni me había planteado (yo procuraba, al menos, cambiar de espacio y tener en casa un lugar dedicado exclusivamente a trabajar. Pero el tema de mantener un horario razonable era imposible. Más bien por exceso que por defecto de horas trabajadas…); me sentía bastante solo laboral y personalmente hablando; coordinar las tareas de trabajo era complicado y lento (en un minuto hablando cara a cara resuelves los temas mucho más rápido que por cualquier otro medio, no nos engañemos); sobre el estrés podría decirse que he tenido más en ese tiempo que en el resto de mi vida junta y tiempo libre tirando a poco así que me río de la principal ventaja que se asocia con el teletrabajo (quizá es culpa mía por querer abarcar demasiado, pero creo que el teletrabajo ayuda a ese planteamiento de querer abarcar más porque “como te ahorras tiempo de desplazamiento…”); y así sucesivamente.

Además, en los últimos meses, he estado trabajando como profesor en la Universidad Europea (cuyo campus está en Villaviciosa de Odón). Tras unas semanas (pocas aún) combinando los dos nuevos emplazamientos, debo decir que hago más desplazamientos, eso es innegable, pero no ha subido mucho mi tiempo de viaje a lo largo del día. Esto se debe básicamente a que algunas de las tareas que antes me exigían desplazarme en medios de transporte motorizados, ahora las tengo a una distancia caminable. Eso sí, ahora madrugo una chispa más (y aun así empiezo a trabajar más tarde) y, por otro lado, pensaba que con la nueva situación iba a leer más (hubo un tiempo en que me leía más de 40 libros al año y pretendía retomar la afición) pero no ha sido así para nada. También imagino que es porque tengo poco tiempo en metro entre mi casa y la oficina y para ir a la universidad no leo porque en el bus me mareo…

Donde sí he notado una mejora evidente es en las ganas que le pongo a llegar al trabajo, en la productividad de cada día, en la facilidad para sacar los proyectos comunes adelante al podernos coordinar de forma mucho más rápida (ahora tenemos el reto de coordinarnos con las otras empresas que compartimos oficina, pero de las herramientas de gestión de proyectos que estamos valorando utilizar ya hablaré si en algún momento procede). Además, parece una tontería, pero ser partícipe de las diferentes etapas que hay en el montaje conjunto de una oficina genera una sensación de satisfacción al ver lo que se está montando (gracias a los que más os lo habéis currado para tener una oficina tan chula como la que tenemos) y de pertenencia al colectivo que hasta ahora no había sentido desde el punto de vista laboral. Aunque creo que también tiene que ver con compartir este nuevo espacio con unas personas con las que la afinidad es más que palpable. Tonterías como la nota de prensa de la celebración de los cumpleaños de dos miembros del equipo o la dinamización jocosa de un proceso participativo para decidir cómo codiseñamos nuestro patio dan buena fe de ello.

Teletrabajo

De momento, debo decir que no echo de menos trabajar en casa. Y habrá quien me diga “pero es que teletrabajar de vez en cuando está bien”. Pues sí, pero ni por ésas lo echo de menos, aunque es obvio que trabajar en una oficina tiene algunas contrapartidas… al trabajar por cuenta propia, hemos pasado a tener algunos costes fijos y esto se traduce en que tenemos una mayor necesidad de conseguir proyectos (y es algo que me estresa un poco); tengo que volverme a acostumbrar a trabajar con ruido y distracciones (aunque he elegido una mesa algo alejada del paso entre despachos y pronto tendremos una sala individual para los ratos en que haga falta concentrarse); tengo unos horarios más fijos (esto es bueno y malo porque es menos flexible pero también acabo mi jornada laboral a una hora más razonable y estoy más descansado); y, por último y aunque parezca una tontería enorme, me supone cierto estrés pensar qué ropa me tengo que poner al día siguiente dependiendo de si tengo alguna reunión, clase o cosas del estilo (hasta hace poco trabajaba en pijama, con sus cosas buenas y sus cosas malas y, si tenía que salir de casa solía tener una única actividad a la que acudir). Ya sólo me faltará prepararme cada día el tupper para el día después para ser un oficinista de pro.

Para terminar y por darle parcialmente la razón a mi amigo Yann (que yo creo que aspirará en el futuro al Nobel de economía. Y no es exageración, lo opino de veras), debo decir que creo que esta nueva aventura compartida en la oficina (somos tres empresas de ramas diferentes pero complementarias e, incluso, tangentes en algunos proyectos) puede suponer una oportunidad inigualable de aprendizaje colectivo. De conocimiento, sí, pero también de los aspectos intangibles, de lo cotidiano. Os dejo, por si queréis ver evidencias al respecto de la necesidad de interactuar cara a cara para mejorar el trabajo, un paper que me recomendó Yann y que fue el que suscitó el inicio de nuestro debate sobre lo humano y lo divino en torno al teletrabajo: The Death of Cities? The Death of Distance? Evidence from the Geography of Commercial Internet Usage.