Resiliencia, una palabra que seguramente habréis escuchado o leído en algún discurso o artículo relacionado con la sostenibilidad, el cambio climático o los desastres naturales. Es un término que se aplica tanto a personas, como a comunidades, ecosistemas naturales o ciudades. A pesar de su uso cada vez más frecuente, es una palabra que genera confusión debido a sus múltiples significados, todos ellos con sus similitudes, ya que provienen de una raíz común, pero con sus diferencias, dependiendo de la disciplina y la corriente científica en la que nos encontremos.
En este post hablaré concretamente de resiliencia urbana desde una perspectiva ecológica, considerando que las ciudades son un tipo más de ecosistema, es decir, sistemas habitados por seres vivos, principalmente seres humanos, en los que existe una serie de flujos metabólicos de intercambio de materiales, energía e información dentro del propio sistema y con su entorno.
Procedente de las ciencias físicas, en la que hace referencia a la capacidad de un material para volver a su estado original después de haber sido deformado, en ecología la palabra resiliencia aparece por primera vez en los años 70, para describir la capacidad de un sistema para absorber una perturbación y continuar con su funcionamiento. Posteriormente, el término ha evolucionado en dos direcciones. Desde una perspectiva en la que los ecosistemas tienen un único punto de equilibrio, aquel que conocemos como el clímax del ecosistema, es decir, el estado más avanzado de la sucesión ecológica, la resiliencia sería la capacidad del sistema para volver a su estado de equilibrio después de una perturbación y podría ser cuantificada como el tiempo necesario para volver a dicho equilibrio. Esta definición corresponde a lo que se denomina resiliencia de ingeniería.
Aunque existen autores que todavía siguen utilizando esta definición, sobre todo en el campo de la adaptación a desastres naturales en entornos urbanos, existe otra definición mucho más aceptada que es la de la resiliencia ecológica. Dejando atrás esa visión de un único punto de equilibrio, y teniendo en cuenta que estamos hablando de sistemas complejos regulados por infinidad de variables diferentes y, por lo tanto, en constante cambio, es imposible predecir cuál va a ser la evolución de ese sistema, obteniendo múltiples estados de equilibrio. Por lo tanto, la resiliencia en este contexto es definida como la capacidad de un sistema para absorber una perturbación y reorganizarse a medida que sufre los cambios, manteniendo su principal estructura, funciones, identidad y ciclos de retroalimentación. De esta forma estamos incluyendo en su definición la idea de adaptación, aprendizaje y auto-organización, y no sólo se tiene en cuenta la resistencia al cambio.
En relación a la sostenibilidad urbana, el concepto de resiliencia incide en la necesidad de conservar y mantener aquellas funciones y servicios de los ecosistemas que son necesarios para el bienestar humano. Podemos construir una ciudad muy sostenible en términos de eficiencia energética, emisiones contaminantes o reutilización y reciclaje de residuos, pero si no se tiene en cuenta su resiliencia ante cualquier perturbación inesperada, como una crisis económica, un desastre natural o el agotamiento de algún recurso, no podremos mantener esa situación en el tiempo.
Cómo construir ciudades más resilientes: el ejemplo de las Ciudades en Transición
Hasta ahora sólo he abordado los aspectos teóricos de la resiliencia pero, ¿cómo podemos llevar la teoría a la práctica? ¿Se están aplicando ya estos conceptos en la gestión urbana? La respuesta es que sí, ya que desde diferentes ámbitos ya se está trabajando para introducir la resiliencia en la gestión de las ciudades.
En el mundo académico las investigaciones sobre cómo favorecer la resiliencia de los ecosistemas, tanto naturales como urbanos, no dejan de aumentar y un ejemplo de la importancia que se le está dando a este tema es la creación de la Resilience Alliance o el congreso anual Resilient Cities, en el que además de investigadores se dan lugar representantes de ciudades de todo el mundo.
El mensaje también ha calado en la ciudadanía y los movimientos sociales se han hecho eco de la necesidad de cambiar la forma de hacer las cosas. Un ejemplo de ello es el Movimiento de Transición, cuya primera iniciativa surgió en 2006 de la mano de Rob Hopkins: la Transition Town Totnes, en Devon, Reino Unido. A partir de entonces el movimiento se ha extendido rápidamente por todo el globo, principalmente en el mundo anglosajón. Actualmente existen alrededor de 1.700 iniciativas en cerca de 50 países.

Estas iniciativas sostienen que las dos grandes amenazas que acechan a nuestra supervivencia y bienestar, son el cambio climático y el pico del petróleo, entendiendo éste como el momento en el que la extracción del mismo llega a su máximo, lo que supondrá un descenso paulatino en los recursos petrolíferos disponibles y un aumento de su precio en el mercado mundial. Nos podemos imaginar las múltiples consecuencias que esto puede acarrear en un mundo en el que dependemos tanto de este recurso… Para hacer frente a estas dos amenazas, su estrategia consiste en disminuir sus emisiones de carbono y aumentar su resiliencia.
Son iniciativas puestas en marcha por la propia ciudadanía, aunque buscando siempre alianzas con las instituciones locales, y plantean que el cambio empieza en las mismas personas que habitan esa ciudad. Para construir ciudades más resilientes es necesario fortalecer el sentimiento de comunidad; facilitar el aprendizaje; aumentar la diversidad de recursos, de empresas, de personas, de usos del suelo, es decir, aumentar la diversidad de respuesta ante las perturbaciones; y sobre todo, relocalizar el sistema, fomentando la autosuficiencia y el autoabastecimiento de la ciudad. Para ello inciden en temas como la movilidad, la producción de alimentos, la eficiencia energética de los hogares o la economía local entre otros.
En España se calcula que existen alrededor de 40 iniciativas. Aunque parece que este movimiento no ha calado demasiado en la sociedad española, personalmente creo que lo importante es quedarse con el mensaje e intentar aplicarlo en nuestro entorno más cercano con las herramientas que tengamos a nuestro alcance. De hecho, son numerosas las iniciativas a lo largo y ancho del territorio español que sin saberlo e, incluso, sin conocer el Movimiento de Transición, están aplicando sus mismos principios. Huertos urbanos, grupos de consumo, bancos de tiempo, monedas locales, mercados sociales, cooperativas… todos ellos apuestan por la creación de comunidad, la producción y consumo local de alimentos, la economía local y social y el aprendizaje colectivo, construyendo poco a poco sociedades y ciudades más resilientes.

El post de hoy corre a cargo de Marta Suárez Casado [ver su perfil en LinkedIn]. Es Licenciada en Ciencias Ambientales por la Universidad Autónoma de Madrid con un Máster en Ecología. Profesionalmente se dedica a la educación ambiental, la formación y la investigación. Sus intereses abarcan todo lo relacionado con la sostenibilidad y la ecología urbanas. Actualmente forma parte del equipo de coordinación del Plan de Formación de la Estrategia Española de Sostenibilidad Urbana y Local y es colaboradora del Laboratorio de Socioecosistemas del Departamento de Ecología de la Universdidad Autónoma de Madrid.
La conocí precisamente en uno de los cursos que se enmarcan en el Plan de Formación de la Estrategia Española de Sostenibilidad Urbana, del cual se hacía cargo junto con David Alba, Juan Carlos Barrios y Javier Benayas: el de Urbanismo Ecológico. Y la verdad que, aunque es algo que está ligeramente apartado de la formación que tenía cuando lo hice, fue un curso muy enriquecedor.